Entre calles angostas, edificios de piedra y la humedad del mar se encontraba el piso de Jérémy el creador de jardines, y Laure, nuestros primeros anfitriones, (si pretendía ver a Montpellier desde adentro, había caído en el mejor lugar). Como todo buen francés, Julie, Laure y Jérémy hablan en francés… y las única frases que yo podía decir rapidito y sin trabarme eran “L’homme et la femme mange du riz” y “Le poisson nage”… desde entonces, si en el piso nos queríamos entender entre todos, tendríamos que hablar “Anglofrancospañol” (con el que definitivamente me defendía mucho mas que con el francés).
Vino rosado, Cremembert y Baguettes se hacen cómplices de la invitación de "Monsieur Montpellier" a perderse en callecitas que cambian de nombre en cada esquina, giran, suben, bajan y vuelven a girar, somos dos extraños en un río que no sabemos para donde va y como si fuera poco no tenemos brújula. Solo había visto una vez el mar, gracias a un intercambio deportivo en mi infancia conocí Mar del plata en invierno, no había sumergido mas que los tobillos y tiritaba de frío; esta tarde el gran azul me daba la revancha: "Bonsoir, los presento, El Mediterráneo - Maxi, Maxi - El Mediterráneo"; Por alguna razón extraña mi cabeza había olvidado toda información acerca del mar, (quizás porque solo lo había leído o escuchado), y lo primero que pensé cuando salí del primer chapuzón fue "como puede ser que este tan transpirado, tengo los labios salados" - Clak! y los engranajes se aceitaron otra vez, estamos en el mar, y el mar es salado!. La tarde siguiente nos encontró en Setè "la Venecia francesa", una villa que no es isla ni deja de serlo, el Théâtre de la Mer, y la necesidad de dormir, no hay campings, no hay couchs... acampamos en la playa, a media noche, y enfrente del mar.
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