Con el correr del día nos llega la noticia de que en un pueblo relativamente cerca, Mossete, hay festejos, 2mil personas, stands de comida típica, cerveza económica y muchas ganas de festejar, prometen los rumores; así que sin pensarlo demasiado, al caer la tarde emprendimos la marcha. Mossete, clavado entre sierras pirineas, seduce a la imaginación, grandes valles, casas, pasadizos medievales y una barranca de piedra prenden la mecha y el escenario mental empieza a mutar: tambores repiqueteando, el grave sonido de un cuerno de guerra se hace presente y los enemigos se acercan por las colinas, a esta altura Martín prepara el arco y las flechas... pero... no hay stands de comida, los bares están cerrados y la cerveza mas barata no es precisamente "barata". "La fiesta" propiamente dicha se emplazaba en el patio de un viejo castillo, de las 2mil personas, fueron 40, una banda en un escenario y un señor de 80 años que se puso a bailar swing y a saltar conmigo, (luego, orgulloso vino con su señora y me dijo, ella es mi novia. (El señor simpático se gano mi corazón)); al final de la noche, con Martín, dimos de lleno con la idea de que si uno quiere fiesta... la fiesta nace adentro.
La magia del auto-stop corre en cada trazo de viento, al medio día siguiente alzamos los pulgares sin rumbo estimado y 30 segundos mas tarde ya estábamos adentro de un coche, la conductora iba a un pueblo no muy lejano, a buscar a su hija, que oh!, por sorpresa era la guía de una abadía del siglo XI y para colmo... hablaba español, así que como pan bajo el brazo, ligamos una visita guiada privada en francés y español por el Monasterio benedictino de San Miguel de Cuixá...
Nuestra ultima noche en Vinça se vio alegrada al saber que Martín y Rachel iban a compartir Couch con nosotros, y no solamente eso, sino que también seguiríamos viajando juntos, en grupo de a 2, y si Avignon se había quedado despierta para esperarnos, excuses moi madame, próxima estación: Esperanza, perdón... Barcelona.
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